Autor: Héctor Sánchez
Crecí libremente
como río crecido, donde había pocas cosas materiales, pero abundaba el amor por
todos los que nos rodeaban, ese lugar era la aldea La Alquitrana
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Héctor Sánchez declamando en Cagua |
¿Sería
el despertar de un sueño? ¡No! Era real, era la dulce y amorosa de voz de mi
tía María Antonia (Antoñita), llamada así por muchos de nuestros familiares que
intentaba despertarme para que me levantara a acompañarla y por supuesto,
ayudarla en sus quehaceres, serían entre las 4:35 de la mañana, se empezaron a
levantar los peones, había que hacer el desayuno como era la rutina en los
meses que se recogía la cosecha del café así como también la faena de
descerezarlo, lavarlo, secarlo, trillarlo, escogerlo y dejarlo listo para
entregárselo a quien aportaba los suministros de la finca, es decir los
recursos económicos que se utilizaban en la finca, durante todo el año quien
vendía el café en grano, listo para el futuro proceso de exportar una parte y la
otra para tostarlo y obtener el exquisito café del Táchira, este señor
realizaba la venta, cobraba los suministros prestados y devolvía el restante de
esta comercialización, por supuesto cobrando sus honorarios por los servicios
prestados.
Este amanecer y levantarse era acompañado del trinar dulce de infinitas aves, el rumor del río, el sonido del viento al rozar a su paso con las plantas, el rugir de los árboles, es decir casi uno sinfonía celestial inolvidable.
Allí
estaba Lucitania, incrustada en las montañas andinas, custodiada por su
maravilloso río Tinimarí, sembrada de café y naranjas bajo las sombra de los
guamos, como centinelas de ese colosal parque natural, allí se crió mi mamá,
hija adoptiva de esta familia, donde yo después de haber sido engendrado en
estos parajes, por un chofer y una modista ya sembrados ambos y de quienes me
siento orgulloso particularmente de mi mamá, por ser padre y madre, al mismo
tiempo y después de haber nacido en Rubio, llamado la ciudad pontálida, fui llevado
a vivir a ese lugar que podía decirse, es un Edén. Crecí libremente como río
crecido, donde había pocas cosas materiales, pero abundaba el amor por todos
los que nos rodeaban, ese lugar era la aldea La Alquitrana, donde se ubicaba el
primer punto donde se descubrió petróleo en Venezuela, llamada La Petrólea.
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Montañas del Táchira |
Allí transcurrieron los primeros cuatro años de mi vida acompañado de mi madre, nos fuimos a vivir a Rubio, donde intentó mi mamá ponerme en un colegio de curas, llamado María Inmaculada, y a pesar de mis cuatro años, no les fue posible obligarme a arrodillar ante la imagen de la virgen, y por esta razón fui expulsado del colegio. Después nos fuimos a vivir a San Cristóbal, donde estudié primer grado en la escuela Carlos Rangel Lamos, allá aprendí a leer, ya tenía ocho años, y también tenía una hermanita de un año, volví a Lucitania, estudié segundo grado en una escuela rural, regresé a San Cristóbal y desde entonces tristemente solo iba a Lucitania los sábados y domingos, y en vacaciones. Seguí estudiando, saqué cuarto grado con el profesor Moreno, en la escuela Junín, con el Director del plantel, el profesor San Guinetti, quien hacía colocar antes de entrar a clases música como la de “la leyenda del beso”, “las bodas de Luis Alonso” “Danubio Azul”, y otras tantas, y luego por supuesto, las gloriosas notas del Himno Nacional.
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Rubio |
Estudié quinto y sexto en el colegio Andrés Bello, con el mismo profesor Moreno de la escuela antes nombrada, bajo la dirección del profesor Alfonzo Álvarez Castellano. Empecé en el liceo Simón Bolívar bajo la dirección del profesor Juan Tovar Guerez, único en su clase de profesor, los alumnos del liceo éramos casi sus hijos.
Vivimos
entonces en Pozo Hondo, hoy barrio Libertador, donde mi mamá había comprado un
terreno y construyó una casita, allí empecé a rodearme de amigos, a jugar con
ellos, con cometas, runchos, cocas (perinolas), trompo, metras, así como en el
liceo, a jugar basquetbol y béisbol.
Para entrar al liceo, mi mamá me compró un flux en Cúcuta, pues era obligado ir al liceo con un paltó o una chaqueta, si no, no podía entrar a clases, era fuete el estudio, los exámenes finales constaban de tres pruebas; práctica, oral y escrita, con jurados traídos de afuera y cada prueba era eliminatoria. Yo perdí más años por situación económica que por conocimiento. Hubo un tiempo que me gané unos amigos, sus mamás tenía un molino de maíz en sus casas, así como también una pequeña empresa de maíz artesanal de la cual yo fui un tiempo, uno de sus vendedores. Seis kilos de maíz tostado, seis kilos de maíz crudo y con esto al hombro, salía a venderlos en las bodegas, luego me hice vendedor de jabón y velas en un mercado de libros para ayudar a mi mamá. Así me sorprendieron mis quince años, cursando segundo año, repitiéndolo. Y al año siguiente en septiembre, un grupo de estudiantes, niños, pues yo tendría dieciséis años, nos enfrentamos a Pérez Giménez, solidarizándonos con los estudiantes de Caracas, en el año 1957. De allí en adelante, dimos un paso dejando atrás la niñez y sus cosas bellas, para de allí en adelante ir teniendo un profundo encuentro con la vida.
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