domingo, 2 de agosto de 2020

SUCINTA AUTOBIOGRÁFICA

Autor: Héctor Sánchez

Crecí libremente como río crecido, donde había pocas cosas materiales, pero abundaba el amor por todos los que nos rodeaban, ese lugar era la aldea La Alquitrana


Héctor Sánchez declamando en Cagua


         ¿Sería el despertar de un sueño? ¡No! Era real, era la dulce y amorosa de voz de mi tía María Antonia (Antoñita), llamada así por muchos de nuestros familiares que intentaba despertarme para que me levantara a acompañarla y por supuesto, ayudarla en sus quehaceres, serían entre las 4:35 de la mañana, se empezaron a levantar los peones, había que hacer el desayuno como era la rutina en los meses que se recogía la cosecha del café así como también la faena de descerezarlo, lavarlo, secarlo, trillarlo, escogerlo y dejarlo listo para entregárselo a quien aportaba los suministros de la finca, es decir los recursos económicos que se utilizaban en la finca, durante todo el año quien vendía el café en grano, listo para el futuro proceso de exportar una parte y la otra para tostarlo y obtener el exquisito café del Táchira, este señor realizaba la venta, cobraba los suministros prestados y devolvía el restante de esta comercialización, por supuesto cobrando sus honorarios por los servicios prestados.

         Este amanecer y levantarse era acompañado del trinar dulce de infinitas aves, el rumor del río, el sonido del viento al rozar a su paso con las plantas, el rugir de los árboles, es decir casi uno sinfonía celestial inolvidable.

         Allí estaba Lucitania, incrustada en las montañas andinas, custodiada por su maravilloso río Tinimarí, sembrada de café y naranjas bajo las sombra de los guamos, como centinelas de ese colosal parque natural, allí se crió mi mamá, hija adoptiva de esta familia, donde yo después de haber sido engendrado en estos parajes, por un chofer y una modista ya sembrados ambos y de quienes me siento orgulloso particularmente de mi mamá, por ser padre y madre, al mismo tiempo y después de haber nacido en Rubio, llamado la ciudad pontálida, fui llevado a vivir a ese lugar que podía decirse, es un Edén. Crecí libremente como río crecido, donde había pocas cosas materiales, pero abundaba el amor por todos los que nos rodeaban, ese lugar era la aldea La Alquitrana, donde se ubicaba el primer punto donde se descubrió petróleo en Venezuela, llamada La Petrólea.

 

Montañas del Táchira


         Allí transcurrieron los primeros cuatro años de mi vida acompañado de mi madre, nos fuimos a vivir a Rubio, donde intentó mi mamá ponerme en un colegio de curas, llamado María Inmaculada, y a pesar de mis cuatro años, no les fue posible obligarme a arrodillar ante la imagen de la virgen, y por esta razón fui expulsado del colegio. Después nos fuimos a vivir a San Cristóbal, donde estudié primer grado en la escuela Carlos Rangel Lamos, allá aprendí a leer, ya tenía ocho años, y también tenía una hermanita de un  año, volví a  Lucitania, estudié segundo grado en una escuela rural, regresé a San Cristóbal y desde entonces tristemente solo iba a Lucitania los sábados y domingos, y en vacaciones. Seguí estudiando, saqué cuarto grado con el profesor Moreno, en la escuela Junín, con el Director del plantel, el profesor San Guinetti, quien hacía colocar antes de entrar a clases música como la de “la leyenda del beso”, “las bodas de Luis Alonso” “Danubio Azul”, y otras tantas, y luego por supuesto, las gloriosas notas del Himno Nacional.


Rubio 

    Estudié quinto y sexto en el colegio Andrés Bello, con el mismo profesor Moreno de la escuela antes nombrada, bajo la dirección del profesor Alfonzo Álvarez Castellano. Empecé en el liceo Simón Bolívar bajo la dirección del profesor Juan Tovar Guerez, único en su clase de profesor, los alumnos del liceo éramos casi sus hijos.

     Vivimos entonces en Pozo Hondo, hoy barrio Libertador, donde mi mamá había comprado un terreno y construyó una casita, allí empecé a rodearme de amigos, a jugar con ellos, con cometas, runchos, cocas (perinolas), trompo, metras, así como en el liceo, a jugar basquetbol y béisbol.

         Para entrar al liceo, mi mamá me compró un flux en Cúcuta, pues era obligado ir al liceo con un paltó o una chaqueta, si no, no podía entrar a clases, era fuete el estudio, los exámenes finales constaban de tres pruebas; práctica, oral y escrita, con jurados traídos de afuera y cada prueba era eliminatoria. Yo perdí más años por situación económica que por conocimiento. Hubo un tiempo que me gané unos amigos, sus mamás tenía un molino de maíz en sus casas, así como también una pequeña empresa de maíz artesanal de la cual yo fui un tiempo, uno de sus vendedores. Seis kilos de maíz tostado, seis kilos de maíz crudo y con esto al hombro, salía a venderlos en las bodegas, luego me hice vendedor de jabón y velas en un mercado de libros para ayudar a mi mamá. Así me sorprendieron mis quince años, cursando segundo año, repitiéndolo. Y al año siguiente en septiembre, un grupo de estudiantes, niños, pues yo tendría dieciséis años, nos enfrentamos a Pérez Giménez, solidarizándonos con los estudiantes de Caracas, en el año 1957. De allí en adelante, dimos un paso dejando atrás la niñez y sus cosas bellas, para de allí en adelante ir teniendo un profundo encuentro con la vida.

Escrita en ooctubre de 2018 en la ciudad de Cagua donde vivo actualmente

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